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EL CRIOLLISMO DE MARTA BRUNET

Ulyses
(Luis Merino Reyes)

 

Escribe Guillermo de Torre, prologuista de la última edición de Montaña Adentro, Bestia Dañina y María Rosa Flor de Quillén: "Ahora bien, negar que exista una "literatura femenina" (pues la que usufructúa este nombre en los catálogos y magazines es un mero subproducto industrial), rechazar esta parcelación genérica no significa negar la sensibilidad femenina. Todo lo contrario: tiende a potenciarla con mayor claridad. Tiende a afirmar y exaltar la existencia de un universo femenino hecho --artísticamente-- de matices e insinuaciones, tejido por sutiles fibras y blandos copos atmosféricos, que sólo una sensibilidad de mujer sabe captar exactamente y transformar en materia lírica, plástica o novelesca. La intromisión masculina en zonas tan delicadas, susceptibles de evaporarse ante cualquier contacto rudo o directo, parecerá siempre una superchería, cuando no algo peor".

La glosa incide en algo que nos ha hecho meditar con frecuencia. ¿Hasta dónde el varón cuando escribe es capaz de interpretar el alma de una mujer y viceversa? Los relatos femeninos de primera mano no son suficientes; es cierto que en la remembranza hay otra sensibilidad que se pone en acción; pero es necesario que el sueño o la anécdota sean recreados para alcanzar vida artística. Y en este caso, la sensibilidad del escritor hombre o mujer están más allá de una diferenciación sexual. La romana es una novela escrita por un varón, en primera persona, y es una confidencia de inconfundible carácter femenino. ¿Qué madre poetisa con numerosos hijos a la rastra, habría sido capaz de escribir los poemas maternales de Gabriela Mistral? Sin embargo, en el plano de la relación erótica hay una literatura de hombres y de mujeres, una infidencia llevada al plano artístico, de machos y de hembras. Los lectores diferenciados que leen una y otra forma de expresión, reconocen la justeza del hallazgo, la limpidez de la vivencia. Es lo que sucede con Marta Brunet, escritora chillaneja, de obra exigua, pero redonda, creadora de un criollismo personalísimo, de un paisaje humanizado, captable desde su primera novela, Montaña Adentro, publicada en 1923, y que tuvo la virtud de situarla, con perfil propio, en nuestra literatura. Pero encierra su complejidad esta escritora de apariencia sencilla que pretende vitalizar sus personajes, por la precisión de un lenguaje aparentemente deshuesado y localista. Posee, en primer término, una capacidad innata a fin de planificar sus elementos: los hombres, el paisaje, las bestias. Todo actúa y se enlaza, sin eclipsarse, ni trabarse como en una ajustada sinfonía. En seguida, hay un fondo de ternura, de aprecio desembozado por los actos nobles y una cólera muy femenina, en este caso, por la felonía, por la arbitraria brutalidad. En Montaña Adentro la luz de la simpatía converge en el héroe que ayuda espontáneamente a la mejoría de un crío que no le pertenece y que ofrenda, sin ningún énfasis, su propia vida a la mujer cuando retorna el azuzado burlador. En Bestia Dañina, uno de esos hombres clásicos de nuestro pueblo, añoso y seco, ocultador de su ternura y de sus pasiones postreras bajo una máscara inmutable, mata traicionado y vejado en la ilusión que todo hombre se hace sobre el imago de una mujer. En María Rosa Flor de Quillén, la más femenina de sus creaciones, Marta Brunet nos presenta al macho en su conducta periférica y vanidosa que lo hace buscar la posesión de la hembra, sin otro prurito que su vanagloria. La moza, una de esas bellezas naturales, dueña de ese señorío somático que no otorga ningún roce social, se entrega movida por el espejismo del amor y su salvaje desilusión convierte la morbidez de su entrega en agresión despiadada y vengativa. Hemos escrito que nos parece el más femenino de los relatos insertos en este libro, pues el lector atento cree advertir en algún instante la respiración agitada de la autora, dispuesta a vengar en la creación artística, el vejamen ancestral de la hembra sorprendida en su buena fe.

Los tres planos no se han confundido en ninguna de estas tres pequeñas obras maestras de nuestra literatura. Nadie podría observar con justicia que se trata de personajes hundidos o extraviados en la morosidad del paisaje, que sus parlamentos desorientan y fastidian con el argot repleto de localismos. Los héroes de Marta Brunet dramatizan su reducido paisaje; al fin ellos actúan movidos por la fatalidad, por la ceguera de sus impulsos contradictorios, en medio de una naturaleza impasible que más bien los acoge que los zahiere. El color, la brisa, las aguas, los abismos no se conciertan en contra del hombre, guiados o no guiados por la cruel insensibilidad del universo. No, cumplen, al contrario, una función amortiguadora, como si el campesino por conocer su campo, tuviera el fuero de encontrar en sus recovecos y ranchas su miserable amparo. La protesta social no está escrita con nitidez, salvo en uno que otro desahogo, pero se plantea por el rigor de los hechos mismos. Cuando María Rosa está enferma, más de amor que de enfermedad, su viejo cónyuge habla de acudir a las casas para obtener leche; en los tres relatos se alude a la rancha donde duermen los peones y afuerinos, pocilgas degradantes. Y hay todavía otro factor en que 'se adosa' la literatura de Marta Brunet.

Es su gracejo fabulador de comadre narradora. Las consejas, los mitos, las supersticiones que parecen constituir la dialéctica de las almas bárbaras, afloran a cada paso en sus diálogos campesinos y hasta adquieren sonido en el curso de la narración, como si allí residiera su mejor acento lugareño. Una mezcla de desconfianza y de nobleza, de candidez y de astucia, de interés por las acciones ajenas y de ojos y oídos sordos, si de eludir responsabilidad se trata, modelan la densa idiosincrasia de nuestros montañeses, que, ayunos del arte de sumar, no se equivocan jamás en sus propias cuentas. Esa forma inasible, de pulso blando y a la vez duro, de jugueteo abandonado y felino y también apremiante y firme, da el carácter a la prosa de Marta Brunet, influidora directa de otras valiosas novelistas campesinas. La reedición de sus obras de estreno, treinta y dos años después de editadas por primera vez, constituye el máximo homenaje que puede recibir un escritor, si está de acuerdo con el principio de que los libros se escriben sólo para que los lea una mayoría cuya memoria huidiza hace su selección inexorable.

 

 

Merino Reyes, Luis (firmado como Ulyses). "El criollismo de Marta Brunet", en Atenea Nº 363-364, Año XXXII, Tomo CXXX. 1955