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TRANSGRESIÓN Y VIOLENCIA SEXUAL EN MARTA BRUNET

Bernardita Llanos Mardones[1]

 

El nuevo interés suscitado por la escritora Marta Brunet (1897-1967)[2] en Chile, a través de recientes ediciones de su obra, vuelve a colocarla entre las figuras destacadas en la literatura del país después de un largo período de olvido[3]. Su influjo e impacto en el desarrollo de la cuentística y la narrativa pueden verse en particular en la escritura de autoras de su generación y de otras posteriores, donde la problemática femenina cobra protagonismo[4]. La producción literaria de Brunet se extiende de 1923 con la aparición de Montaña adentro, hasta 1962 con la publicación de su última novela titulada Amasijo. Su escritura es una de las pocas que recibe reconocimiento y elogios de la crítica masculina, la cual le otorga entre otros premios, el máximo galardón con el Premio Nacional de Literatura en 1961[5].

Con el transcurso del tiempo, la producción literaria de Brunet muestra cambios significativos y su estilo comienza a privilegiar una perspectiva interiorizada y marginal. El narrador omnisciente de su primera producción progresivamente es sustituido por una voz subjetiva, normalmente identificada con los dilemas y conflictos de la protagonista.

El presente estudio se enfoca en el énfasis de la violencia y la trasgresión sexual en dos cuentos de la colección Aguas abajo (1943), el primero, titulado "Piedra callada" y el segundo, "Aguas abajo". Ambos relatos abordan los temas de la violación y del incesto dentro de la familia burguesa, y trasgreden las normas de la moral y del ideal de familia burguesa. Es interesante que el análisis de estos dos motivos ha sido notado sólo en estudios recientes de la crítica feminista[6]. El tabú que rodea estas trasgresiones sexuales en la moral chilena y latinoamericana en general, quizás haya impedido su discusión crítica con anterioridad.

En ambos cuentos los espacios de la intimidad aparecen traspasados por la violencia doméstica y sexual ejercida por el hombre bien sobre la pasividad, la aquiescencia o la abierta oposición femenina. Las jerarquías patriarcales de la familia organizan la coexistencia entre los sexos y la subordinación de la mujer y la satisfacción de sus deseos, se da en los intersticios o márgenes del poder hacia el que tiende o del que es abiertamente desplazada.

El imaginario de la cuentística de Brunet inscribe en la literatura del campo de la década de los cuarenta, relatos intensos y tensionados por elementos trágicos que generalmente terminan con un final sorpresivo[7]. Comienzan a partir de un momento cualquiera en la vida de un personaje, pero a partir del cual se desmoronan los supuestos y principios que regían la existencia. Estos son reemplazados por la desfamiliarización de los espacios y relaciones más íntimas.

El microcosmos familiar en estos dos cuentos, representa la imagen anversa de la familia patronal. En ella se mantiene el orden mediante rituales llenos de violencia, rencor y humillación. La familia rural aparece como una estructura fragmentada y regimentada por el dominio del padre donde se cruzan y encuentran las tensiones intersubjetivas. De ahí que en este contexto sean precisamente los odios, venganzas y rivalidades los que finalmente erosionen la estabilidad de todo lazo, en particular, el de los padres e hijos, y el de esposos. Entre los mitos que Brunet desmantela se encuentra el mito marianista sobre la esencia femenina, ejemplificado en la figura de la madre[8] como la devoción incondicional a ella.

Brunet establece la desigualdad como una de las estructuras que rige la dinámica familiar. En ella, el poder puede devenir violencia en cualquier instante y el deseo aparecer en formas oscuras, violentas y contradictorias. El universo familiar y la normalidad aparecen violentados física y afectivamente en los asaltos y deseos de los cuerpos que lo habitan. El conflicto de clase propio del régimen latifundista en que se desarrollan estos cuentos, aparece atravesado por el conflicto del sistema de parentesco del campesinado: de ahí que la hija se alce contra la madre, el padre contra la esposa o la suegra contra el yerno. El régimen de reciprocidad aparece erosionado por el deseo que se expresa fuera de control, carente de solidaridad. "Los sitios del amo y del esclavo fluyen, se desplazan, se trasladan de lugar, género o persona, aunque siempre dentro del marco inmutable del orden rural establecido (...)"[9], como argumenta Kemy Oyarzún.

En el mundo de Brunet, la explotación del sistema patronal en el campo y la dinámica de dominio que establecen las relaciones laborales, se reactualizan en el espacio privado de la cancha. En este sitio el miedo y la sumisión al poder patronal de fuera, se ejerce adentro a través de la autoridad del hombre frente a su mujer e hijos. De este modo, la existencia alienada del explotado se complejiza al trasladarlo al espacio privado e íntimo de la casa, donde vemos su identidad de amo. Así el dominado, se convierte en explotador (de aquellos que dependen de él) en la privacidad, espacio que considera coto de su voluntad, donde se impone mediante la agresión cuando lo desea. Brunet intenta escenificar la manifestación y proceso de este deseo irrestringido y sustentado en el dominio de otros, a través de un narrador que se identifica con los dramas individuales de los personajes. A la precariedad e inestabilidad del campesinado, se suma la violencia que recorre los espacios y relaciones intrafamiliares. La diferencia de género y de edad se regimenta a través de la sujeción de la mujer al hombre, del hijo menor al mayor o del anciano al más joven y fuerte, siempre concentrando el poder de mando. Los personajes aparecen sujetos a un sistema ideológico que admite y refuerza el abuso (físico y emocional) como forma legítima de autoridad. La agresión del "superior" (por clase social, género o edad) no sólo se permite, sino que se refuerza en la familia como en el latifundio. El superior posee el privilegio de ejercer una voluntad sin límites, despojando de derechos a los otros, quienes existen sólo como posesiones de las que se dispone.

En el cuento "Piedra callada" la violencia doméstica se da paralelamente al soterrado, aunque persistente, motivo del incesto. La violencia estructura el orden familiar a través de Bernabé, figura del hombre incapaz de controlar su agresividad. El relato se inicia con el noviazgo y la oposición de la madre al eventual matrimonio de su hija Esperanza con él. El abuso físico es parte del código disciplinario de la madre contra la hija desobediente, como prueban las palizas que le da para disuadirla. Como vemos la violencia aparece inscrita desde el comienzo del cuento en la relación entre la madre y la hija, donde la primera utiliza la agresión física como método legítimo para imponerse. El estudio Perfiles revelados sobre el comportamiento campesino entre padres e hijos, muestra, precisamente, este fenómeno como una práctica frecuente basada en la jerarquía de la superioridad física y la edad. La violencia intradoméstica entre los miembros mayores o más fuertes contra los más débiles y menores, aparece de modo reiterativo en una sociedad que privilegia a quien se impone por la fuerza[10].

A pesar de la oposición de la madre, Esperanza persiste y se casa para escapar de su control. El temor a quedarse soltera es otra motivación para aceptar a Bernabé, pues su madre ha rechazado a todos sus anteriores pretendientes. Pide ayuda a la patrona de la hacienda, cuya distracción le hace imposible resolver el dilema de la muchacha. Sin perder la paciencia, Esperanza acude al patrón y ve cumplido su deseo. De este modo, el "superior" es quien doblega a Eufrasia y la hace aceptar la boda. En este episodio puede observarse el respeto hacia la jerarquía por parte de Eufrasia y su sumisión al patrón, quien despliega su paternalismo arbitrando sobre el futuro de la joven. Habla con Bernabé y le da una hijuela para que comience su vida de casado después de hacerle una serie de advertencias sobre el trato apropiado que le debe a Esperanza. La fama de "bien enseñada", virtuosa y bonita de ésta contrasta con la de "mala bestia" del futuro marido.

Todas las recomendaciones, sin embargo, prueban ser inefectivas frente al aislamiento y lejanía en que vive la pareja. Para Esperanza el matrimonio se convierte no sólo en la insubordinación total sino en su progresiva autodestrucción. La autoridad del esposo se manifiesta como una fuerza brutal incontenible. Así, las golpizas y las violaciones minan la salud de Esperanza frente a los ojos de sus hijos, quienes presencias los asaltos sexuales del padre y la impotencia de la madre. La violación se presenta como una práctica sexual conyugal frecuente junto a numerosos embarazos no deseados. En esta historia de abuso doméstico, Brunet relaciona la subordinación femenina con la falta de poder sobre el propio cuerpo y con la ausencia de consentimiento sexual de la mujer casada. El caso de Esperanza ejemplifica trágicamente la suerte de la mujer como víctima propicia de la violación por parte del esposo. La ceguera social frente a este abuso y su persistencia contribuirían al destino de campesinas como Esperanza. A través de su famoso personaje Doña Santitos, Brunet afirma que tanto el Estado como la Iglesia institucionalizan y, por lo tanto, respaldan el abuso del hombre en el matrimonio y la desgracia de la mujer casada, quien sola en el campo no tiene protección[11].

Como ha argumentado Susan Brownmiller, la violación es una forma externa y brutal de un problema social mayor relacionado con una filosofía masculina de la agresividad que despoja a la mujer del control de su cuerpo y de su integridad. La violación es según Brownmiller un acto violento de posesión y degradación que reduce a la mujer a un objeto de acceso sexual del hombre[12]. Dentro de esta línea de pensamiento, Susan Griffin afirma que la violación representa la destrucción intencional de la mujer que reactualiza siglos de degradación y brutalidad masculina[13].

Nuevamente por intervención del patrón, Eufrasia es enviada a la rancha para cuidar a sus nietos mientras su hija está en el hospital. A pesar del evidente disgusto que esta orden produce en la anciana, quien aún no perdona a Esperanza, el patrón insiste. La inexperiencia de Eufrasia dentro del régimen patronal, es evidente en su respuesta al patrón como si se tratara de un sacerdote. La existencia de un mismo autoritarismo en el régimen patronal y el eclesiástico, define la relación con los subalternos. Eufrasia acata sumisamente el mandato, pues sabe que la palabra del patrón es ley.

Los datos que recibe sobre la vida de Esperanza aparecen de forma suelta, fragmentada y breve a través de lo que le cuentan sus nietos. Sus comentarios van recreando una idea de lo que fue la vida matrimonial de Esperanza. Su juventud y vitalidad aparecen destruidas por el maltrato y el abuso físico y sexual sistemático del marido.

Las expectativas de madre fértil impuestas a la mujer rural por una parte, y de objeto sexual por otro, irremediablemente terminan con la existencia de Esperanza. Bernabé, por su parte, cada vez más alienado y violento, deja ver síntomas de desequilibrios sicológicos que se traducen en un deseo incontrolable de agredir físicamente a sus hijos y suegra. Su inestabilidad síquica se agudiza por la ideología machista que colorea todos sus valores y creencias con respecto a la mujer. Para Bernabé la función de Esperanza se limita a satisfacer sus deseos sexuales, ya que su masculinidad se define por la habilidad de acoplarse y tener hijos. Al morir Esperanza por los abusos sexuales, la queja de Bernabé subraya su visión de la feminidad en las siguientes palabras:

 

"...Odiaba a la Esperanza, tan endeble, tan poco hembra, incapaz de resistir un embarazo, incapaz de parir... Y que había muerto dejándolo solo, con la chiquillería y con la vieja... Dejándolo solo, sin mujer, que era lo principal, porque él necesitaba mujer, para eso era hombre, para ayuntarse y tener hijos". (57). .

 

El sentimiento de superioridad de Bernabé se observa en su desprecio por la falta de resistencia física y la debilidad que él ve en Esperanza. Su ceguera frente a su propia responsabilidad en el asunto, le impide razonar. La visión animalística que Bernabé tiene de la mujer, se caracteriza aquí por su capacidad de procrear y ser objeto sexual del hombre. La necesidad que Bernabé tiene de ella radica precisamente en esos dos aspectos la imposibilidad de separarlos de su sentido de identidad sexual.

Esperanza simboliza a la mujer abusada por excelencia, cuya desconexión social contribuye a su aniquilamiento. Por el contrario, Eufrasia, su madre, representa una horma de negociación femenina en un mundo dominado por hombres. El ingenio, el engaño y finalmente, el asesinato, son sus armas contra el yerno que amenaza también con destruir a sus nietos.

Eufrasia es quien detecta el deseo oculto que comienza a gestarse en Bernabé por Venancia, la hija mayor, réplica de su madre en lo físico y su sustituta en las tareas domésticas:

 

"-Esperanza... murmuró el hombre, y se le quedó mirando con la boca abierta y temblorosa la nuez. -Esperanza..., por Diosito que se le parece, da susto... -añadió como hablando para sí mismo". (59).

 

Luego de golpear a la niña y sus hermanos, Bernabé confirma su derecho de hacer con ella lo que desee desafiando a su suegra: (...) Gritó. -Pa' eso es m' hija... Pa' hacer con ella lo que se me ocurra...». (59).

De esta manera, el incesto aunque no se materializa se intuye a través del motivo de la semejanza física entre madre e hija y el deseo que despierta en el padre. El incesto entre padre e hija dentro de la familia patriarcal ha sido considerado uno de los rasgos comunes de la experiencia femenina por algunos antropólogos. Esta clase de incesto aparece como una expresión pervertida del orden que, sin embargo, no desintegra la estructura familiar ni la sume en la confusión. Por el contrario, los roles se hacen intercambiables o se reasignan a diferentes miembros mientras la familia se aísla progresivamente de influencias externas. Lo común en esta clase de familia es que el padre se convierta en el único árbitro moral y que la madre carezca de influencia o esté ausente. En general, los estudios antropológicos sobre el incesto entre padre e hija demuestran que la madre y los demás miembros se convierten en pasivos espectadores de un hombre dominante que mantiene estándares rígidos sobre el comportamiento social apropiado. En efecto, el padre asemeja una especie de tirano doméstico que mantiene ciertas normas mientras rompe los más básicos estándares sexuales. Como afirma Arens, para el padre incestuoso el universo doméstico reemplaza al de la sociedad como lugar relevante de su experiencia. De ahí que la sociedad represente un peligro a su autoridad y al control sexual ilimitado de su universo personal[14]. El padre tirano e incestuoso no permite que ninguna otra presencia externa intervenga en la forma en que controla y disciplina a su familia.

El rencor de Eufrasia por la muerte de Esperanza establece una suerte de guerra de voluntades con el yerno, donde la astucia y el ingenio de la vieja triunfan sobre la superioridad física y la violencia del yerno. El final sorpresivo del cuento subraya las estrategias de la campesina frente al hombre, a quien nunca desafía frontalmente sino que calladamente planifica su muerte con un tiro de honda. El asesinato permanece oculto, ya que no hay testigos y sólo el lector sabe que Eufrasia es la autora. Sin embargo, a la ilegalidad del hecho se contrapone la moral de la abuela, quien ha asesinado para proteger a sus nietos del maltrato y salvar a su nieta de un virtual abuso sexual.

Con Eufrasia el estereotipo de la anciana débil queda desmantelado por el de un personaje femenino que opone la resistencia y el diseño de su propio repertorio de estrategias -aún las ilegales-. De este modo, la vieja se sale siempre con la suya como anunciara a su yerno, eliminándolo para siempre.

El relato de Brunet pone de manifiesto el valor intercambiable que se atribuye, a la mujer, motivo ligado al incesto que se reiterará también en el segundo cuento, donde la hija sustituye literalmente a la madre.

En "Aguas abajo" el motivo del incesto reaparece, pero con otro matiz ya que se trata del deseo entre un padrastro y su hijastra. Aquí la mujer se define abiertamente como "réplica" sustituible y Maclovia, la quinceañera, reemplaza a su madre como compañera sexual del padrastro. El paso de la niña a mujer simbolizado tradicionalmente en los 15 años, se presenta en esta historia desprovisto de romanticismo. Maclovia ostenta la carnalidad de su cuerpo joven y del deseo que se le ha despertado. Es descrita como una "fruta" que se sabe madura y que desea que alguien le hinque "los dientes"(68). Nada tiene de niña inocente y frágil esta adolescente, "sabedora" del poder del cuerpo y sus secretos nocturnos (70). Brunet inserta esta experiencia nuevamente en la rancha, espacio donde toda la familia comparte el mismo cuarto. La ausencia de privacidad y las prácticas sexuales de sus padres, han sido parte de la cotidianidad de la muchacha, cuya sensibilidad se insinúa al alero de los ruidos nocturnos de la pareja:

 

"Pero a veces un gemido más agudo inquietaba el sueño de la muchacha, la ponía al borde del desvelo, sabedora de lo que pasaba allí, viéndolo sin verlo, trasudando angustia, con los pechos repentinamente doloridos y los muslos temblorosos, uno contra otro, apretados". (70).

 

En respuesta al contexto doméstico, el desarrollo y la conciencia sexual de Maclovia se afirma a través de la búsqueda de su propio deseo sin considerar los sentimientos de ella. Más bien, existe rechazo y hostilidad por el control que tiene sobre ella. Desde el primer diálogo entre madre e hija, aparece la paternidad como motivo de tensión entre ambas. La muchacha se niega a llamar "taita" al padrastro y señala su posición en la casa como marido de la madre (71). La hostilidad entre las dos se manifiesta, precisamente, a través de la figura del hombre. La madre se siente herida por el rechazo hacia la figura paterna que ofrece, mientras la hija, por su lado, reafirma a su padre difunto. La madre, "apesadumbrada" y luego "furiosa" ordena que Maclovia vaya a buscar al padrastro, como último y desesperado intento de mostrar su autoridad. Es precisamente este mandato el que precede a la atracción incestuosa entre la muchacha y el padrastro. El deseo de éste frente a la presencia rotunda de Maclovia se manifiesta como una fuerza irresistible que lo sujeta a la "tierra" y lo lleva a regiones desconocidas:

 

"Y los ojos se le clavaron a la figura alzada allí, viéndola desde abajo, con las piernas desnudas y el vientre a penas combo y las puntas de los senos altos, y arriba la barbilla y todo el rostro echado hacia atrás, deformado y desconocido, como las crenchas despeinadas por la mano del viento, mano como de hombre que la quisiera y la acariciara.

Pareció que le crecieron raíces. Se la quedó mirando, mirando. Como si las raíces se le adentraran por la tierra y llegaran a esa oscura región de las corrientes subterráneas (...)". (72).

 

El deseo aparece poetizado a través de las raíces del primero, en tanto expresión de la fuerza vital, y luego mediante las aguas subterráneas y su relación con el inconsciente. A la serie de sensaciones y recuerdos que recorren al padrastro mientras mira a Maclovia, sigue el acercamiento físico. Coloca su frente a la altura de las piernas de la muchacha mientras las sostiene con las manos. Así, se materializa el deseo de un abrazo que los deja callados en medio del paisaje. La actitud de la muchacha se caracteriza por la quietud y por entregarse a la iniciativa del padrastro en silencio.

La escena siguiente nos vuelve a la madre, quien continúa su queja contra Maclovia, pronta a golpearla por su insolencia. Además critica a la abuela por consentir a la nieta y demostrar su favoritismo hacia ella. La muchacha, por su parte, en abierta rebelión reitera que el hombre no es su padre. Para el lector la insistencia de Maclovia cobra ahora su significado real, pues la atracción entre ambos se ha manifestado. La tensión llega a su clímax cuando la madre los descubre abrazados e intenta golpear a la hija frente al marido. El hombre se interpone, anunciando los nuevos roles de ambas mujeres. Así la violencia física de la madre es reemplazada por el abuso emocional del marido, quien la degrada al sustituirla por su hija.

El relato no sólo muestra la desigualdad de derechos y obligaciones entre los miembros de la familia extendida (de acuerdo a la edad y el género), sino la fluctuación de posiciones e identidades dentro de la estructura patriarcal que los sostiene. Los roles de las mujeres, por ejemplo, se intercambian de acuerdo a las necesidades del padre, lo que le permite a Maclovia competir y luego triunfar sobre su madre, convirtiéndose en "la mujer" del hombre y la nueva ama de casa. Desplaza a su madre hacia las tareas más nimias como las que desempeña la abuela ciega, quien hila o teje sola todo el día.

El incesto se lleva a cabo como reordenamiento del orden cotidiano y el reemplazo de la más vieja por la joven. Nuevamente, observamos una autoridad masculina ilimitada y el lazo ideológico entre sexo y poder. El sexo aparece como un medio para establecer el dominio por una parte, y como la indicación de superioridad, por otra. El acto sexual mismo tendría un significado doble como comportamiento antisocial y prohibido[15].

En "Aguas abajo", el propio marido le anuncia fríamente a su esposa que desde ese momento en adelante la hija será su mujer y la dueña de casa. El rápido desarrollo de los eventos se nos da través de la perspectiva desesperada de la madre después de ser despreciada por la hija y rechazada por el marido:

 

"Ella, que hiciera lo que más le conviniera. Si quería quedarse en la casa, bueno. Si quería se iba. Pero ni malas caras, ni gritos. Podía acompañar a la vieja, hilar, tejer, lo que fuera más de su gusto. Pero "la dueña de casa" era ahora la muchacha.

-Ella es mi mujer. Mi mujer -decía el hombre, (...) ¡Que le pasara el mal momento! ¡Que se fuera al río o la montaña, que viera de sosegarse! Las cosas eran así y nada más". (76-77).

 

La frialdad del hombre contrasta con el dolor y la humillación que siente la mujer al ser reemplazada por quien ama, no sólo por otra mujer sino por su hija. En un ambiente que fomenta rivalidades y competencia entre mujeres, los lazos de reciprocidad y las lealtades desaparecen frente a la posibilidad de ser objeto del deseo masculino. De tal manera, Maclovia es la vencedora y quien le quita el poder a la madre al sustituirla como objeto sexual. La ausencia de confusión o conflicto interno de la muchacha reafirma precisamente un sistema donde las mujeres se ven como competidoras sexuales por la atención masculina. Dentro de este orden, el hombre es la única instancia capaz de otorgar reconocimiento al sujeto social femenino.

El vacío que siente la madre por su parte, al verse abandonada por el hombre y traicionada por la hija, convierte el padecimiento emocional de la pérdida en un dolor físico que revive el momento del parto, haciendo doble su desesperación: "Pero el que fuera `su mujer' le dolía como un dolor físico, como el sufrimiento de haberla parido a ella, a la hija, a la que ahora le robaba todo. Lloraba de nuevo, sola en lo hondo del tajo...". (78).

De este modo, la madre no sólo pierde el poder que le daba ser esposa y dueña de casa, sino también su experiencia de madre al ser la hija su rival y poner en crisis toda su identidad. El drama de la mujer es doble en tanto que pierde a su marido y a su hija, además de su estatus dentro del orden doméstico.

El trágico destino que asume esta madre al aceptar quedarse en la casa doblemente subordinada, muestra cómo el autoengaño mantiene la esperanza. Al final la mujer rechazada opta por la espera y el disimulo, por hacerse invisible hasta el momento en que el hombre la requiera (78). Sin embargo, el último párrafo evidencia los mecanismos del autoengaño al igualarla con la abuela en su parecido físico, es decir, en su calidad de réplica sin valor sexual y reiterar la realidad inevitable de la angustia.

El intercambio de roles establece un nuevo orden sin alterar la estructura patriarcal en la que se basa la familia. El acto prohibido del incesto sirve para afirmar la primacía del hombre y la subordinación y ausencia de poder de la madre.

En ambos cuentos se destruye física o emocionalmente a uno de los padres para reestructurar la familia a través de un nuevo arreglo sexual. El triunfo de Eufrasia en "Piedra callada" muestra a la mujer en lucha a muerte con el hombre que amenaza su descendencia. Frente a este peligro, nada detiene ni quebranta la voluntad de la anciana por conseguir su propósito. Por el contrario, "Aguas abajo" representa la fractura y crisis de una identidad femenina despojada de su sexualidad y de su experiencia de madre. La hija se erige en triunfadora y único sujeto femenino con poder al colocar su cuerpo al servicio de su intención.

 

 

Llanos Mardones, Bernardita. "Transgresión y violencia sexual en Marta Brunet", en Revista Mapocho Nº 48. Santiago: 2º Semestre, 2000.



[1] Denison University.

[2] El año de nacimiento de Brunet ha sido materia de confusión al parecer porque ella misma lo cambiaba. Utilizo aquí 1897 como el año en que nació según lo confirma su sobrino el crítico Hugo Montes, en: "Evocación de Marta Brunet", Atenea (1992), págs. 291-296.

[3] Entre estas publicaciones se encuentran: Montaña adentro (Santiago: Editorial Universitaria, 1997); María Nadie (Santiago, Pehuén, 1997); y Aguas abajo (Santiago, Cuarto Propio, 1997). Las Obras completas de Brunet se publicaron por primera y última vez, en Santiago en 1963, por Zig-Zag. Las citas utilizadas en este artículo de los dos cuentos analizados, provienen de la última edición de Aguas abajo.

[4] La llamada generación "superrealista" de 1927 en Chile se caracteriza por tener un significativo número de escritoras que profesionalizan su oficio por primera vez. Entre ellas se encuentran junto a Brunet, María Flora Yáñez, Marcela Paz, Magdalena Petit, Chela Reyes, Marta Vergara y Luz de Viana. Para consultar más sobre este tema ver el libro de María Jesús Orozco, La narrativa femenina chilena (1923-1980): Escritura y Enajenación (Zaragoza, Ambar Ediciones, 1995). Orozco utiliza la misma periodización que hacen Cedomil Goic y José Promis sobre las generaciones literarias en Chile. Con este grupo de escritoras la perspectiva femenina del mundo aparece como una nueva forma de entender la realidad desde una óptica claramente marginal, y, por lo tanto, cuestionadora del poder masculino. La excepción a este planteamiento ideológico, la representa Magdalena Petit, cuyo interés por la novela histórica y los eventos y personajes de la historia chilena, se da dentro de una concepción que afirma los valores patriarcales. La obra de Marcela Paz se caracteriza por ser eminentemente infantil y bastante tradicional en su representación de los géneros y lo nacional. El tema de la soledad trágica en la mujer, que Brunet representa en María nadie (1957), será apreciado por autoras de la generación del 50 en Chile y en América Latina, entre ellos Mercedes Valdivieso, Amparo Dávila y Rosario Castellanos, como afirma Kemy Oyarzún en el prólogo a Montaña adentro, Santiago, Ed. Universitaria, 1997, pág. 34.

[5] La mayoría de los estudios críticos y reseñas sobre su obra se han centrado en lo que llaman su primera época (titulada de criollista o neocriollista) caracterizada por tener el campo como ambiente. La segunda etapa de su producción estaría representada por la publicación de la colección de cuentos Raíz del sueño (1949) según la crítica, donde los sueños, el inconsciente y, por lo tanto, el mundo síquico domina la narración. En mi opinión, la problemática de la mujer aparece ya en Montaña adentro y el campo actúa, más bien, como telón de fondo. En Aguas abajo persiste el campo como ambiente, sin embargo, la violencia sexual es realmente el tema que concierne a los cuentos, la cual aparece de forma descarnada marcando la condición femenina.

[6] Consultar los estudios de Kemy Oyarzún "Prólogos" a las recientes ediciones de Montaría adentro y Aguas abajo antes citadas, donde toca el tema del incesto entre otros; Gabriela Mora, "Una lectura de `Soledad en la sangre' de Marta Brunet", Estudios filológicos N°19, (1984), 81-90; Sonia Riquelme, "Notas sobre el criollismo chileno y el personaje femenino en la narrativa de Marta Brunet", Discurso literario. Revista de temas hispánicos 4:2 (Primavera, 1987) 613-622; y de Berta López Morales, Órbita de Marta Brunei (Concepción: Ediciones de Concepción, 1997). Para un estudio reciente de sus dos novelas ver L. Cecilia Ojeda, "Hacia una revisión crítica de la narrativa de Marta Brunet: Humo hacia el sur y María Nadie", Confluencia 14:1 (Otoño, 1998): 112-125.

[7] Kemy Oyarzún en su "Prólogo" a Aguas abajo (Santiago: Cuarto propio, 1997) pág. 27, utiliza el término Knock-out de Cortázar para caracterizar estos desenlaces sorpresivos de Brunet.

[8] Oyarzún, pág. 33.

[9] Oyarzún, pág. 30.

[10] Para más información, consultar Perfiles revelados. Historias de mujeres en Chile. Siglos XVIII-XX, ed. Diana Veleros (Santiago: Editorial USACH, 1997). Contiene interesantes artículos y estudios de carácter histórico dedicados a la mujer del ámbito rural y urbano, y su cotidianidad en Chile.

[11] Doña Santitos es la protagonista del cuento que lleva su nombre y que pertenece a la colección de cuentos Reloj de sol (1930) de Brunet. Su actitud frente a la vida después de grandes padecimientos es conservar la libertad y nunca volver a casarse, para así poder echar al hombre que la maltrate. Esta filosofía podría practicarla sólo la mujer que no estuviera unida formalmente a un hombre y que mantuviera una relación consensuada.

[12] Susan Brownmiller, Against Our Will. Men, Women and Rape. (New York: Simon and Schuster, 1975) Págs 29, 391, 394 y 400, especialmente.

[13] Susan Griffin, Rape, Vis Pomar of Consciousness (New York: Harper and Row, Publishera, 1979) pág. 39.

[14] W. Arens, The Original Sin. Incest: and its Meaning (New York, Oxford: Oxford University Press, 1986) págs. 145.147.

[15] Arenas, pág. 147.