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TERCERA HISTORIA DE PERROS Y GATOS

 

Este es el cuento chileno de por qué el Gato y el Perro se tienen odio.

Resulta que un día, en el Paraíso, que era como un fundo grande bien bonito, se le ocurrió a Adán ir con Eva de paseo por unas lomitas que rodeaban su puebla, y como el Gato era el más casero, lo dejaron encargado de cuidar la despensa y hasta le entregaron las llaves. Al Perro le encargaron que vigilara la puerta. Este Perro era un puro quiltro no más, medio amarillento, con un pelo quiscudo, pero con los ojitos que le bailaban de picardía y unas ganas de chacotearse que no sabía con quién emplearlas, ya que los otros animales del Paraíso eran todos muy dados a la gravedad. Y con Adán y con Eva no se podía contar, que también eran ensimismados y llenos de ponderación. Y el pobre Quiltro no tenía más remedio que jugar a pillarse el rabo y correr carreras con su propia sombra.

Resulta que ese día, una vez que se fueron Adán y Eva, el Gato se hizo un rollo y se echó a dormir. El Quiltro dio unas vueltas, les ladró a unos chercanes, tomó agua del arroyuelo y terminó por hacerse también un rollo y quedarse dormido. Despertó tardecito, cuando ya el sol se estaba poniendo. Entró a la casa para ver si Eva había llegado y preparaba la comida. No había nadie. Y el Gato seguía durmiendo. Lo despertó al rato al notar que se hacía noche y que nadie llegaba. Salieron ambos hasta la puerta y ahí se quedaron escuchando si el viento traía el eco de los pasos de los amos. Pero ni un ruidito se enredaba a la brisa. Era ya noche cerrada cuando llegó el Loro a traerles un recado, diciendo que Adán y Eva se quedaban fuera, más allá de las lomas y de la llanura, en las rocas que acantilan la costa, porque querían ver amanecer en el mar. Y le encargaban al Gato que hiciera la comida para ambos.

Al Gato le pareció pésimo el recado por aquello de hacer la comida. Ya se sabe que este personaje es lo más perezoso que existe. Dio un bostezo, se afiló las uñas en el tronco de un árbol y dijo displicente:

--Yo no tengo ganas de comer. ¿Y tú?

--Yo estoy muerto de hambre --contestó el Quiltro--. Date cuenta de que no hemos probado bocado desde esta mañana.

--Pues yo no tengo hambre --y dio otro bostezo.

--Lo que tú no tienes es ganas de preparar la comida. Pero deja que yo la haga. Verás cómo sé preparar algo bueno. Por algo estoy siempre cerca de Eva en la cocina.

El Gato habló, entre dos bostezos:

--Puedes hacer lo que gustes. Siempre que prepares algo apetitoso, porque te aseguro que no tengo ganas de comer...

--Haré --dijo el Quiltro--, haré... pancutras...

--Me parece bien. Es plato que me gusta.

El Quiltro tomó las llaves que le alargaba el Gato, se fue a la despensa, se comió todo el charqui que Eva tenía para el invierno, sacó luego harina y se puso a preparar unas pancutras a su modo y manera, en tal forma que cuando el Gato metió el hocico en la fuente que le sirviera muy cortésmente, se quedó pegado al engrudo que había hecho el muy pícaro.

El gato dio un bufido y para ayudarse a despegar el hocico metió allí una pata, que se quedó pegada, y metió la otra, y también se quedó pegada, y a fuerza de tirones consiguió levantar un poco el hocico y respirar dificultosamente, pero las patas seguían presas y el Quiltro se moría de risa y daba carreras y ladraba y movía el rabo, viendo las cosas tan raras que hacía el Gato para poder desprenderse, sin conseguirlo.

Así pasaron la noche y el Gato solía decir medio ahogado:

--Ya llegarán los Patrones y te darán tu merecido... Una buena paliza te darán.

Y el Quiltro ladraba, todo entero dado a su contento. Pero cuando ya estuvo el sol alto y sintió de repente los pasos de Adán y Eva, que venían muy apurados a tomar desayuno, al Quiltro le dio miedo de que lo castigaran y salió de la casa y echó a correr por el Paraíso, y corrió y corrió durante días y noches, y tanto corrió, que vino a dar a esta tierra de Chile, y aquí se quedó viviendo para el resto de su vida.

El gato --que es muy rencoroso-- no olvidó nunca la burla de que había sido objeto, y les inculcó a sus hijos el odio al Perro, sobre toda al Quiltro chileno, que ha sido el único que logró engañarlo y reírse de él en sus bigotes.

 

 

BRUNET, Marta. Tercera historia de Perros y Gatos. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.326-328.