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HISTORIA DE SAPOS

Resulta que ésta es una historia de Sapos.

Bueno.

Una vez vivía en una charca una señora Sapa-Vieja, allegada a la casa de un sobrino casado y con muchos hijos. Esta señora Sapa-Vieja todo el tiempo estaba diciendo, con aire profético:

--No coman mucho, porque la comida se va a terminar y entonces nos moriremos de hambre.

Y tanto hablaba y tanto ponía los ojos en blanco y daba gritos cuando alguien quería comer un poco más, que toda aquella familia estaba tan flaca, que los vestidos les colgaban de los hombros de una manera lamentable.

Y no sólo gritaba y se enojaba la señora Sapa-Vieja cuando comían, sino que le parecía pésimo que se fueran a bañar al estero, porque, según ella, de tanto mojarse los trajes de seda verde con que los había dotado la naturaleza se iban a gastar y no tendrían luego de dónde sacar otros.

Y cuando los Sapos-Guainas de la familia quedan salir de excursión y jugar a la ronda o a las carreras o dar saltos mortales, la terrible señora Sapa-Vieja se ponía como una furia y hasta solía darles sus zamarrones cuando ellos se empecinaban en salirse con la suya. Y todo porque temía que se les rompieran los zapatos y los zoquetes del mismo color que llevaban puestos.

Y como la señora Sapa-Vieja era muy dominante, quieras o no imponía su voluntad, pues todos los Sapos de la familia, desde el sobrino y su mujer hasta el más chiquito de los Sapitos, que era aún renacuajo, estaban casi muertos de hambre, de falta de baño, de necesidad de sol y de ejercicio.

La Sapa-Verde --la mujer del sobrino-- no hallaba ya qué hacer para poner fin a esta situación y fue entonces a pedirle consejo a la señora Zorra-del-Monte, que vivía por los contornos y tenía fama de muy sabia persona.

La señora Zorra-del-Monte estaba esa mañana muy de buen humor, porque sus correrías de la noche anterior habían dejado por seña un buen montón de plumas en el gallinero de don Pedro Chaparro. Oyó todas las calamidades que la Sapa-Verde le contaba y después de meditar un rato le dijo:

--Ándate tranquila para tu casa. Yo haré que el Jote-Calchón ponga remedio a estas cosas.

Y resulta que al día siguiente, cuando la señora Sapa-Vieja estaba gritando para impedir que los Sapitos-Guainas se comieran unas lombrices que habían descubierto, pues llegó de improviso el Jote-Calchón y dándole un buen golpe con una de las patas a la señora Sapa-Vieja en el hombro, le dijo con voz muy severa:

--Si otra vez vuelves a decirle a alguien de tu familia que no debe comer porque la Tierra se va a terminar o que no debe bañarse porque sé van a gastar los vestidos, o que no deben jugar porque se van a romper los zapatos, pues verás lo que te pasa a ti... De un solo picotazo te voy a romper el espinazo. Y no va a ser malo el banquete que tendrán mis Jotecitos-Sin-Plumas en su nido.

Y resulta que a la señora Sapa-Vieja le dio un susto tamaño de grande, y nunquita más volvió a molestar a nadie con las leseras que tenía por costumbre decirles.

Y hay que ver ahora cómo está de gorda la familia de los Sapos, con los vestidos que ya se les revientan y los zapatos que apenas les caben, pero que no por eso se rajan ni se rompen. Y da gusto verlos chapoteando en el estero, bien limpitos y bien contentos.

Y resulta que la señora Sapa-Vieja del disgusto que tuvo la primera vez que los vio comer a sus anchas, sin poder decirles nada por miedo al Jote-Calchón, pues reventó como un guatapique.

 

 

BRUNET, Marta. Historia de Sapos. Las historias de mama Tolita. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp.336-338.