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LA TERRIBLE AVENTURA DE DON GATO-GLOTON

 

Resulta que una vez había un señor don Gato-Glotón, negro y reluciente, con ojos de lentejuelas y grandes bigotes de paco de otros tiempos. Y por eso le llamaban Paquito. Pero tú y yo le llamaremos don Gato-Glotón. ¡Hay que ver lo que comía el animalito! Sopitas de leche. Pan con mantequilla. Filetitos de ternera. Pechuguitas de pollo. Alas de perdiz... Siempre andaba gazuzo, y con los años el apetito le iba en aumento, a la par que se le refinaba.

Porque este don Gato-Glotón, en sus años mozos, comía buenamente lo que se le ponía delante, sin refunfuños ni desdenes. Pero al correr del tiempo fue tomándose mañoso y sólo aceptaba lo mejorcito que se guisaba en la casa. Claro que mucha culpa de estos dengues tenía doña Tato, o sea, la cocinera, que era la dueña de don Gato-Glotón y su consentidora.

Resulta también que en aquella casa habitaba un Gato-Sin-Nombre, esmirriado y hambriento, sin otro dominio que las bodegas ni otro alimento que las ratas. Cada vez que hacía una aparición por la cocina, doña Tato le enviaba un escobazo sobre el lomo y don Gato-Glotón, el más fiero de sus bufidos.

Pero como bien dice el refrán: "Más sabe un hambriento que cien letrados", el pobre Gato-Sin-Nombre, a fuerza de meditar en la injusticia de los humanos --y también de los gatos--, inventó una treta para vengarse de los desdenes y amenazas de don Gato-Glotón y de los escobazos de doña Tato.

En aquella casa había un gran parque, y en la galería que abría sobre sus prados, en una alta mesa con bandeja y aro, el. Papagayo-Tornasol daba vueltas majestuosas diciendo todas las palabras de su gran repertorio. Sabía versos. Sabía el Cielito lindo y hasta sabía refranes. Y unas pala­bras feas, muy feas, que no se sabía quién le había enseñado.

Y resulta que una vez el Gato-Sin-Nombre' se encontró en el tejado con don Gato-Glotón, que andaba por allí de paseo. Y desde lejos dijo, muy suavemente, casi sin dirigirse a él, como si hablara para sí mismo:

--¡Qué bella piel tiene Paquito! (Recordarás que sólo para nosotras dos se llamaba don Gato-Glotón.)

Y prosiguió diciendo, como si siempre hablara solo:

--Es el más hermoso gato que mis ojos han visto. Bien se conoce que sólo se alimenta de aves. Era de creer que le habían dado papagayos, que son el alimento que produce mayor belleza.

Claro que don Gato-Glotón estaba muy atento a lo que el Gato-Sin-Nombre decía y, como era un gran vanidoso, le pareció muy bien el elogio que aquellas palabras encerraban. El otro siguió diciendo:

--Bien hace doña Tato en alimentarlo con papagayos tornasoles... ¡Qué piel!... ¡Qué seda! ... ¡Qué terciopelo! ... ¡No es milagro que se vaya a casar con la Gata Morisca que anda por los tejados!.. .

En este momento don Gato-Glotón, como si no hubiera oído nada, siguió andando, porque, justamente, las palabras del Gato-Sin-Nombre le recor­daron que su novia lo esperaba.

Pero su vanidad y su glotonería hicieron el efecto que el muy ladino del Gata-Sin-Nombre aguardaba.

Al día siguiente, don Gato-Glotón se mostró completamente displicente con cuanta golosina le presentaran, para gran desesperación de doña Tato. Y por la tarde se fue a colocar cerca de la alta mesa con bandeja y aro en que el Papagayo-Tornasol daba sus vueltas y más vueltas. Y don Gato-Glotón, por más que miraba en todas direcciones, no atinaba a averiguar quién hablaba por esos lados.

Y sin saber cómo, pasó el accidente. Don Gato-Glotón dio un salto y agarró al Papagayo-Tornasol de las plumas del cuello, saliendo con él a la rastra como una flecha, parque adentro. El Papagayo-Tornasol se asustó tremendamente al principio, pero después recobró el habla y empezó a dar los más terribles chillidos, diciendo en tropel todas sus palabras, que ya sabes que eran muchas y algunas muy feas, de esas que no se deben decir.

Y resulta que don Gato-Glotón casi se murió de susto cuando sintió que el Papagayo-Tornasol hablaba, porque él creía que eso sólo lo podían hacer los Señores-Hombres. Y fue tal su espanto, que soltó su presa y se quedó mirándola, erizados todos los pelos, que eran su orgullo, muy abiertos y redondos los ojos.

Y aquí cambió la escena, porque el Papagayo-Tornasol, enfurecido, se le fue encima y de cada picotazo que le daba eran mechones de pelo pe le iba quitando. Esto, entreverado con palabras y palabrotas.

¡Para qué te digo cómo maullaba don Gato-Glotón!...

Hasta que llegó doña Tato y con su escoba, que tan bien manejaba, pudo separarlos y librar a don Gato-Glotón del más extraordinario de los peluqueros.

Y mientras esto pasaba, Gato-Sin-Nombre se reía silenciosamente de su pequeña venganza.

 

 

BRUNET, Marta. La terrible aventura de don Gato-Glotón. Cuentos para Marisol. Obras Completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp. 318-320.