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MAMÁ CONDORINA Y MAMÁ SUAVES-LANAS

 

Resulta que una vez el señor Cóndor andaba buscando algo que llevarle de almuerzo a su familia, que vivía en un alto risco cordillerano. Con las alas abiertas moviéndose apenas, se mantenía como suspendido en el aire, tan alto que desde la tierra era invisible. Su ojo de mirada prodigiosa vigilaba desde esa distancia un rebaño de Corderos triscando por el valle, con el Pastor cerca y el Perro dando vueltas desconfiadas alrededor.

Pero resulta que era ya la hora sin sombra del mediodía y el Pastor sacó de sus alforjas el pan y el charqui majado que eran su almuerzo, y el Perro vino a sentarse a su lado muy discretamente, como esos niños buenos que esperan sin alboroto que la mamá les sirva su ración. Y entonces los Corderos aprovecharon para jugar entre ellos, dándose topadas, haciendo corvetas y lanzando balidos de contento. Y resulta que entonces el señor Cóndor --que estaba arriba esperando el momento de atacar--se dejó caer como una piedra a plomo sobre mamá Suaves-Lanas. Y con ella entre las garras se elevó vertiginosamente hasta gran altura.

Y es claro que el Pastor y el Perro se pusieron en tren de defender el rebaño. El primero tomó su honda y empezó a lanzar piedras al que huía. El otro ladraba con frenesí, mordiendo entre ladrido y ladrido las patitas traseras del rebaño espantado y disperso, hasta lograr reunirlo y tranqui­lizarlo.

Pero si el Perro al fin logró éxito, el Pastor sólo daba pedradas en el aire.

Mientras tanto, el señor Cóndor iba acercándose a su casa. Quedaba ésta en la saliente de un risco, así es que tenía una preciosa terraza, donde lo esperaban mamá Condorina y sus tres polluelos: Condorito, Condorrillo y Condorica. Y como todos estaban con grande apetito, apenas divisaron al señor Cóndor con su presa, para demostrar su contento empezaron una danza guerrera algo parecida al baile del pavo.

Lleno de majestad el señor Cóndor hizo un vuelo planeado y aterrizó en su aeródromo particular, depositando a los pies de su señora la caza para el almuerzo.

La pobrecita Suaves-Lanas venía medio muerta de miedo y llena, además, de dolorosas heridas, porque las garras duras del señor Cóndor se le clavaron en las carnes. Pero ¿qué era todo eso comparado con su es­panto al verse cerca de la muerte y pensar que su hijito Copito-de-Nieve quedaba abandonado en la tierra, sin mamita que lo cuidara y le diera de comer? Los ojos redondos de mamá Suaves-Lanas se llenaron de lágrimas pensando en el destino de su pobre hijito huachito...

Mamá Condorina dijo entonces:

--¡Buenos días, señor Cóndor! ¡Qué rica cazuela vamos a comer hoy!

--¡Con chuchoca, mamita, la queremos con chuchoca!... --exclamaron los tres polluelos a la vez.

Entonces mamá Suaves-Lanas dijo con voz temblorosa, dirigiéndose a mamá Condorina:

--Sus hijos tendrán hoy almuerzo, en cambio el mío, que está en la tierra, no hallará quién le busque su ración de pastito tierno ni quién le dé sus sopitas de leche.... ¡Pobrecito mío, muerto de abandono y de hambre!

Mamá Condorina se puso muy pálida y después muy colorada. Miró pa­ra un lado. Miró para otro. Mamá Suaves-Lanas continuó, a la par que lloraba grandes lagrimones:

--Un solo favor le pido antes de que me maten: que cuando el señor Cóndor vuele del lado del valle, le diga a mi comadre Chincola que, por favor, de vez en cuando, vaya a darle un vistazo a mi hijito, y que le cante esa canción que a mi Copito-de-Nieve tanto le gusta. ¿Lo hará usted, mamá Condorina?

Mamá Condorina seguía mirando para uno y otro lado y los tres polluelos empezaban a hacer pucheros, tentados de seguir el ejemplo de mamá Suaves-Lanas, echándose a llorar con ella.

--No tengo nada de hambre, mamita --dijo Condorito.

--Yo voy a comer piñones, que son tan ricos --aseguró Condorillo.

--Y yo voy contigo... --agregó Condorica.

--Tenga usted lástima de esta mamita que quiere mucho a su hijito, tanto como usted a los suyos... -- y mamá Suaves-Lanas dio una mirada a mamá Condorina capaz de ablandar una roca.

Pero en esto mamá Condorina dejó de mirar de soslayo y, sin esperar consultarse con su marido, dijo a mamá Suaves-Lanas:

--Voy a llamar al señor Cóndor para que vaya a dejarla a su casa. No es posible que su hijito se quede sin mamita que lo cuide...

Y como era bastante mandona, se puso a llamar a grandes voces al señor Cóndor, que estaba descansando de su largo viaje matinal.

--Ya le he dicho que no me traiga mamitas para la comida. ¡Hay muchas otras cosas con qué alimentarse! Fíjese bien en lo que hace... Y vaya inmediatamente a dejar a su casa a mamá Suaves-Lanas, que su hijito debe estar llorando sin consuelo... ¡Váyase ligero, le digo!...

Al señor Cóndor le pareció pésimo el mandado, ya que tenía que hacer otro viaje, exponerse a las piedras del Pastor, buscar otra presa y volver a casa sabe Dios a qué hora, para almorzar a las tantas...

Pero ya te dije que mamá Condorina era muy mandona, así es que el señor Cóndor preparó un instante su equipo volador, abrió las alas, tomó su carga, dio la partida y se lanzó a los aires, buscando el rebaño donde debería dejar su fardo.

Todo pasó tan rápidamente, que mamá Suaves-Lanas ni siquiera alcanzó a darle las gracias a mamá Condorina, ni a decirles algo cariñoso a los polluelos.

Como piedra, a plomo, igual que antes, bajaba el señor Cóndor hasta acercarse al rebaño. Dejó la oveja dulcemente en el suelo y de nuevo se elevó, desapareciendo en lo alto. Y resulta que todo esto sucedió en el espacio de un segundo. El Pastor sólo alcanzó a lanzar una piedra, que silbó inútilmente su furia, y el Perro no alcanzó tan siquiera a dar un ladrido.

El Pastor y el Perro se dieron cuenta, entonces, de que el señor-Cóndor devolvía a mamá Suaves-Lanas. Al Pastor se le abrió tamaña boca de asombro, y en cuanto al Perro, con la impresión pasó dos días sin poder menear el rabo.

Y resulta que todo el rebaño vino a saludar a mamá Suaves-Lanas y la rodeaban y le daban topetoncitos llenos de afecto y balaban con gran contento, porque ya todos la daban por muerta y verla allí, viva, les parecía cosa de milagro. Y ella les contaba lo que había pasado en casa dé mamá Condorina y todos movían la cabeza, en señal de maravilla, parque lo que iba diciendo era verdaderamente prodigioso.

Y el más contento era Copito-de-Nieve, que había llorado mucho buscando a su mamita y que, luego del momento de alborozo al hallarla, sé puso a tomar, su papa bien apurado.

 

 

BRUNET, Marta. Mamá Condorina y mamá Suaves-Lanas. Cuentos para Marisol. Obras Completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp. 316-317.